
Profesor principal y jefe del Departamento Académico de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad del Pacífico. Es D. Phil. en Sociología por el St. Antony’s College, University of Oxford (Inglaterra), magíster en Sociología con mención en Población, y bachiller en Ciencias Sociales con mención en Sociología, por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Tiene, además, diplomas en educación superior, liderazgo y técnicas de enseñanza en universidades.
Ha sido rector de la Universidad del Pacífico (2009-2014), director de su Centro de Investigación, jefe del Departamento Académico de Ciencias Sociales y Políticas, y presidente del Fondo Editorial de la Universidad del Pacífico.
VI
El crecimiento de unidades funcionales y de personal administrativo especializado ha adquirido escalas inimaginables hasta hace unas pocas décadas atrás. La presencia de administradores profesionales con un estilo de manejo corporativo ha provocado una abierta desconfianza en los miembros de las diversas comunidades de estudiantes y profesores. Hay quienes consideran que ese poder se ha desbordado más allá de sus tareas propiamente de gestión, estableciendo metas vagas que pretenden ser evaluadas mediante métricas inapropiadas o mal definidas. Este desborde de atribuciones, en el marco de una atmósfera fiscalizadora que utiliza una nueva jerga de tipo empresarial, ha propiciado un creciente malestar entre los docentes. La consecuencia más inmediata ha sido el empobrecimiento la vida en comunidad y la pérdida de motivación y compromiso entre sus miembros.
Desde luego, la exigencia por una gestión más eficiente y oportuna debería formar parte de las prioridades de toda organización universitaria. Pero ello no debería conducirnos a dejar de escuchar el reclamo generalizado de los docentes por la disminución simultánea de su clásica libertad académica y el poder efectivo que antes ejercían para dirigir –o, por lo menos, participar orgánicamente en- el destino de sus instituciones. Tensiones y conflictos constantes suelen ser la moneda común de académicos que se sienten sometidos a los dictados arbitrarios de una burocracia que ignora las complejidades y procesos de la docencia y de la investigación. Peor aún, que impone sus propias prioridades administrativas sin hacerlas objeto de una deliberación interna, colectiva y transparente. Benjamín Ginsberg, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Johns Hopkins, ha llamado a este proceso “el otoño del docente universitario” y lo ha documentado ampliamente en un libro que lleva ese mismo título. Nuevas y más creativas formas de gobierno interno y toma de decisiones que permitan recuperar el liderazgo y la libertad de los profesores tendrán que ir abriéndose paso en un clima adverso a ese cambio.
VII
Los debates acerca de la pérdida de autonomía académica e independencia institucional frente a las diversas lógicas de mercado se profundizarán en las décadas por venir. No pocos temen que la disminución en el margen de maniobra de las universidades para establecer sus propias agendas de investigación académica –sobre todo, aquellas dedicadas al estudio de las ciencias médicas, la biotecnología y las ciencias naturales-, se verá acrecentada por los complicados mecanismos de presión que ejercen los intereses comerciales cuando penetran el tejido institucional del mundo académico. Estos dilemas éticos se hacen evidentes cuando las universidades se transforman en receptoras de fondos y recursos del sector privado. El riesgo de priorizar el afán de lucro empresarial en las agendas de investigación y en las consultorías, ha sido y continuará siendo una fuente de serios conflictos de intereses y de dilemas éticos que pueden terminar comprometiendo los valores institucionales más preciados. Nuevos acuerdos de cooperación y colaboración entre las universidades, el sector privado y el gobierno tendrán que abrirse paso en un plazo no muy lejano. Para que este propósito se alcance sin ningún tipo de hipotecas a la libertad académica, será imprescindible delimitar con claridad los territorios institucionales que no pueden ni deben ser colonizados por la lógica mercantil. Forjar una relación de nuevo tipo con los grupos de interés que interactúan con la universidad cobrará una renovada vigencia.
VIII
La espiral por publicar en revistas especializadas ha transformado la universidad en una suerte de fábrica en la que la calidad y pertinencia de sus ‘productos’ no se discute mayormente. Para algunos como Bernard van der Zwaan, las universidades parecen haber vendido su alma al diablo, pues más atención les prestan a los rankings que a los asuntos que conciernen a su liderazgo intelectual en la sociedad. Escalar puestos en los rankings internacionales a través de indicadores que contienen cuestionables evaluaciones de desempeño y de la publicación del mayor número de investigaciones posibles, en los más de 30,000 journals especializados que se calcula existen actualmente en el mundo, se ha convertido en una corriente frente a la cual pocas universidades son capaces de proponer las prioridades institucionales que permitan mostrar sus verdaderas fortalezas académicas.
Una avalancha de papers digitalizados -que emplean el inglés como la nueva lingua franca-, inunda ahora las plataformas electrónicas. El casi monopolio de esta producción intelectual se encuentra en manos de empresas editoriales como Elsevier, cuyo objetivo central es la captura de la producción científica de las universidades con fines comerciales. Si antes la reputación recaía en la calidad de la enseñanza de los profesores, ahora el número de publicaciones producido individualmente es el factor clave del nuevo modelo que califica como exitosa a una institución universitaria.
Aun cuando sigue siendo el mejor mecanismo de evaluación académica disponible, el sistema de revisión de pares –‘peer review’-, está siendo cuestionado con mayor frecuencia por la mediocre calidad de su contenido, los errores de apreciación e incluso por los fraudes y plagios que se han ido detectando en el tiempo, y que han producido escándalos que los medios de comunicación han difundido con escrupulosa precisión. En todo caso, el legítimo impulso individual de muchos investigadores -supuestamente acreditado por el número de citas obtenidas en sus papers-, ha producido un declive en la cohesión interna de las comunidades académicas, distorsionando las prioridades institucionales, y desincentivando la producción colectiva y de mayor alcance intelectual. Procesos de revisión más abiertos, breves y transparentes están siendo impulsados en los dominios de las ciencias naturales y médicas, y no pasará mucho tiempo sin que otros campos del saber adopten metodologías similares.
A lo anterior se suma que, el acceso cada vez más costoso a bases de datos de esos journals, ha puesto en evidencia la paradójica situación de lo que en inglés se denomina el ‘double dipping’, es decir, el hecho de que esas empresas editoriales controlan la publicación de resultados de investigación que, en muchos casos, han sido financiados con fondos provenientes del sector público, de las propias instituciones universitarias, del sector privado o de fundaciones. Por eso no es de extrañar la existencia de reclamos y protestas en Europa y Estados Unidos para lograr un acceso abierto a esas publicaciones. La San Francisco Declaration on Research Assesment (2012) y el Amsterdam Call for Action on Open Science (2016), son llamados de alerta acerca los peligros que rodean a la difusión de la producción científica cuando se la quiere convertir en simple mercancía. Una poderosa tendencia a hacer el conocimiento más accesible, público, transparente y menos sometido a intereses comerciales, seguirá siendo un tema de enorme relevancia en el futuro.
Las tecnologías de la información (TI) continuarán incidiendo sobre la educación superior en los campos de la investigación, la enseñanza, el aprendizaje y el reclutamiento de estudiantes. Se trata de un viaje de ida y vuelta, pues las universidades producirán nuevos descubrimientos tecnológicos que, a su vez, crearán nuevas demandas sobre ellas mismas.
IX
Las tecnologías de la información (TI) continuarán incidiendo sobre la educación superior en los campos de la investigación, la enseñanza, el aprendizaje y el reclutamiento de estudiantes. Se trata de un viaje de ida y vuelta, pues las universidades producirán nuevos descubrimientos tecnológicos que, a su vez, crearán nuevas demandas sobre ellas mismas. Todo parece indicar que los cambios serán incrementales, no disruptivos, de absorción gradual en el campo propiamente pedagógico. Así lo demuestran los desiguales resultados que han obtenido los cursos masivos en línea en cuanto al tipo de aprendizaje obtenido. Lo que nadie duda es que gracias a Internet el conocimiento se transformará en una presencia disponible para todo el que lo desee desde cualquier lugar del planeta. Una amplia democratización de la información y del conocimiento dotará a los estudiantes de una ‘ciberinfraestructura’ sin precedentes en la historia de la humanidad.
Esa misma disponibilidad de información y conocimiento, no obstante, se hará tan masiva y oceánica y, por lo tanto, tan inmanejable, que solo mentes disciplinadas –como reclama Howard Gardner- podrán hacerse cargo de su apropiado discernimiento, sobre todo en una época en la que la ‘postverdad’ parece haberse enraizado en el ciberespacio. Los cursos masivos en línea –MOOCs, por sus siglas en inglés- seguirán generando interés entre una población de diversos estratos sociales y edades, gracias a la variedad de su oferta y a lo limitado de su costo frente a otras alternativas. Sin embargo, las dudas acerca de la calidad de la educación que promueven, del aprendizaje que alcanzan y el alto número de abandono entre quienes se enrolan, subsistirán hasta que nuevas evidencias prueben lo contrario. Si bien la universidad digital ha ganado impulso en Estados Unidos y en Asia, las universidades con un alto componente presencial seguirán ejerciendo una amplia hegemonía por algunas décadas más. Desde luego, en el largo plazo también pueden ir perdiendo terreno progresivamente frente a nuevas alternativas que desafían y amenazan sobre todo a las universidades públicas, un sector menos preparado para enfrentar a este ubicuo y atractivo competidor. La aparición de cursos cortos personalizados en línea –SPOCs, por sus siglas en inglés- y de otras modalidades híbridas, que no necesariamente llevan a la obtención de un grado académico, ampliarán su presencia en la oferta educativa universitaria del futuro.
X
Grandes procesos históricos como la aparición de nuevos nacionalismos que se oponen a la globalización, el cambio climático y sus impactos sobre la sostenibilidad de los recursos naturales disponibles, las transformaciones en los equilibrios de poder entre los grandes bloques económicos mundiales ahora defensores de políticas más proteccionistas, los grandes descubrimientos en el campo de la biogenética y de la física, el desarrollo de nuevos mercados de trabajo y el crecimiento de algunas grandes ciudades en el mundo, entre otros, incidirán sobre el desempeño de las universidades de maneras complejas y variadas que es imposible abordar aquí en detalle. Estas tendrán la necesidad de adaptarse creativamente a lo que parece podría convertirse en el surgimiento de grandes centros de conocimiento e innovación –‘knowledge hubs’, como algunos los llaman- en el mundo, sobre todo en algunas regiones de Estados Unidos, Europa y Asia.
Frente a la colosal magnitud de estos asuntos, las universidades pueden contribuir a los grandes debates del mundo contemporáneo ampliando los horizontes culturales de su época, formando mejor a las nuevas generaciones de profesionales e impulsando la investigación original que amplíe las fronteras del conocimiento. En todo caso, la universidad sobrevivirá a las turbulencias y a la inestabilidad que le esperan en el futuro. Su larga y dilatada trayectoria de casi nueve siglos ha dado innumerables muestras históricas de una especial capacidad para resistir y adaptarse a entornos y exigencias disímiles y cambiantes. Su razón de ser más profunda y permanente -la de formar a jóvenes que cultivan su humanidad, desarrollan un pensamiento crítico, están buscando un mejor futuro personal y profesional, se encuentran abiertos a la exploración de nuevos horizontes científicos, son entrenados en metodologías rigurosas y no dejan de estar atentos al acontecer de sus respectivas sociedades- se mantendrá como su rasgo distintivo y como la fuente más vital de su legitimidad social.