
La lógica formal, la filosofía trascendental de Kant, las epistemologías modernas y, en general, la «lógica del entendimiento» (Verstandeslogik) ―término esgrimido por Hegel―, colocan y elevan al principio de no contradicción en una categoría de ley máxima. Hegel critica este exceso de formalismo que parece no guardar ningún correlato con la realidad. Así, Hegel enseña que el mundo actual, tan propenso a cambios intempestivos, no es comprensible a partir de esa lógica formalista, porque «el presente es contradictorio, no tiene rasgos fijos y es el cambio su atributo principal».
Para el filósofo alemán, la contradicción es una auténtica fuerza operante a lo largo de la historia. Evidencia la relación y los inevitables quebrantamientos entre lo ideal y lo real, entre lo que las instituciones políticas y jurídicas ofrecen y lo que los individuos, sus destinatarios, persiguen y desean. Tanto en la lógica formal como en aquellas instituciones, la vida ha partido para siempre, firman un divorcio inapelable: «en su abstracción, son reliquias inútiles de un pasado ya remoto».
Por otro lado, los estudiosos de Maquiavelo tienden a explicar las muchas contradicciones «macrotextuales» en la obra del italiano, a partir de un desafío común entre los filósofos renacentistas: la tensión latente entre los modelos de pensamiento anteriores y los que van floreciendo. Esta es pues, una concepción más romántica, si se quiere, de la contradicción: el desprendimiento de los viejos dogmas ante el surgimiento de nuevas ideas.
Ahora bien, si hay alguien que en los últimos días ha buceado en este océano de las contradicciones, ése es el Presidente Martín Vizcarra. La semana pasada, en una entrevista televisada por TV Perú, el periodista pregunta si se sentía conforme con el resultado de los proyectos de reforma constitucional aprobados por el Congreso, a lo que el presidente Vizcarra responde, con un optimismo y tranquilidad evidenciables: «Sí. No solamente yo, sino el Poder Ejecutivo al cual represento. Recuerda que el 28 de julio presentamos los cuatro proyectos de reforma constitucional al Congreso. Eran cuatro bien claros y bien definidos». «Hoy 4 de octubre en la madrugada, han sido aprobados los cuatro proyectos. No solamente eso, sino, tal como le solicitamos al Congreso, ha sido aprobado el referéndum», agregó, posteriormente, Vizcarra.
Ahora bien, si hay alguien que en los últimos días ha buceado en este océano de las contradicciones, ése es el Presidente Martín Vizcarra.
Sin duda, el texto final presenta varias modificaciones al proyecto presentado inicialmente por el ejecutivo. La que más preocupación ha causado es la limitación a la figura de la cuestión de confianza, pues se estaría prohibiendo que ésta sea planteada respecto de proyectos de ley. Sin embargo, queda abierta la posibilidad de que igual se planteen cuestiones de confianza respecto de políticas públicas. Bajo este mismo concepto, por ejemplo, se peticionó la reciente cuestión anunciada por el Presidente el pasado 16 de setiembre.
Por ello, no puede sino causarme sorpresa que el mismo Presidente, a propósito de la convocatoria a referéndum, haya pronunciado duras críticas contra el proyecto de retorno a la bicameralidad, exhortando, además, al electorado a votar en sentido negativo respecto del mencionado proyecto, dando como justificación la desnaturalización que éste sufrió en el Congreso, todo a pesar de los ánimos de apoyo que mostró días atrás.
Agrava aún más la situación que el Premier Villanueva, a pesar de haber estado presente en el debate del proyecto en cuestión, no se haya opuesto, durante su intervención, a las modificaciones contenidas en el texto final. En última instancia, si la opinión del Ejecutivo era que, en efecto, el proyecto había sufrido cambios sustanciales que desnaturalizaban su sentido inicial, el Premier debió haber castigado estas manipulaciones del Congreso otorgando un voto negativo al proyecto. Sin embargo, como recordamos, Villanueva votó a favor del texto que ahora, junto con el Presidente, critica. Es idéntica la situación del Ministro de Justicia― y también Congresista― Vicente Zeballos.
Esta narrativa contradictoria del Ejecutivo no parece encontrar origen en una profunda meditación de las consideraciones filosóficas que, de manera sarcástica, presentamos al inicio de éste artículo. Sería, sin embargo, muy avezado afirmar que el Presidente acarrea un animus antojadizo de confrontación.
No obstante, creo que a este punto sobran los motivos para pensar que el Presidente Vizcarra hereda de su antecesor Kuczynski una torpeza política a todas luces contraproducente. Como era de esperarse, las declaraciones del Presidente sobre el proyecto de bicameralidad han atizado las crispaciones de nunca acabar con las bancadas de oposición.
Si bien se puede considerar que el haber presentado una conducta fuerte, materializada, en gran parte, en la petición de la cuestión de confianza, ha sido una técnica efectiva en términos de la celeridad con la que, finalmente, se aprobaron los proyectos de reforma, y cómo, después de mucha dilación, vieron la luz del día los diversos procedimientos que al interior del Congreso recaen sobre los exmagistrados del CNM y sobre el juez Hinostroza, ha llegado el momento de que el Presidente reevalúe qué tan conveniente es para el país mantener las tensiones con el Poder Legislativo, las mismas de las que ya todos estamos cansados. Hay, pues, virtud en la contradicción, sin embargo, el Presidente no debería cerrar las puertas al diálogo con la oposición y, mucho menos, propiciar un clima de confrontación a partir de un repentino cambio de opinión respecto de un proyecto cuyo texto él mismo había avalado.