Fuente: Instituto Colombiano de Bienestar Familiar

Quizá quedan muy pocas cosas más impopulares que manifestarse públicamente brindando un mensaje de apoyo a los migrantes venezolanos. Hemos caído en un abismo que exalta características quizá estructurales de nuestra sociedad: la intolerancia, el rechazo a lo extraño, el odio. Y todo esto se ve favorecido por un rasgo distintivo de nuestra época: la posverdad vista como la facilidad con la que se fabrica historias falsas para alimentar ese discurso de odio.

Toca ahora formular preguntas en torno a la cuestión xenófoba. En este artículo no pretendo dar respuestas claras y concisas a cerca de este fenómeno. Pero sí creo que es necesario hurgar ―y hurgar, seamos sinceros, a veces incomoda― dentro del espíritu de estos aires nacionalistas que se han ido forjando. Así, trataré de alcanzar algunas ideas sueltas, sin una secuencia articulada, que, espero, puedan contribuir a una reflexión de carácter imperiosa.

Abordamos ahora el viejo problema de la convivencia con el otro diferente, la tolerancia hacia ese otro diferente. En términos genéricos, este problema siempre ha encontrado entre sus víctimas a todo aquel, o todo grupo, que diverge de la norma imperante en el espacio geográfico, cultural y social específico: hablamos de minorías sexuales, minorías étnicas y raciales, grupos culturales diversos, etcétera. Sin embargo, el foco, hoy en día, parece haberse dirigido hacia el extranjero.

Y no sólo veamos el caso peruano-venezolano. Este fenómeno sucede, incluso con mayor intensidad, en Europa, hacia los refugiados sirios y, por otro lado, ha encontrado uno de sus máximos representantes en Donald Trump. Son escenarios diferentes, pero en todos encontramos que se trata de migraciones forzosas. Sea porque el país de origen atraviesa niveles de violencia realmente aterrorizantes, o por cuestiones económicas. Lo cierto es que, en todos los casos, aquellos que migran lo hacen porque lo necesitan ―o piensan que lo necesitan― para poder sobrevivir.

Hemos caído en un abismo que exalta características quizá estructurales de nuestra sociedad: la intolerancia, el rechazo a lo extraño, el odio. Y todo esto se ve favorecido por un rasgo distintivo de nuestra época: la posverdad vista como la facilidad con la que se fabrica historias falsas para alimentar ese discurso de odio.

Ahora preguntémonos, ¿cuáles son las causas de la xenofobia? En este momento creo que es conveniente, en pro de buscar luces que nos dirijan hacia una respuesta, seguir la postura de Hobbes: «el hombre es un lobo para el hombre». Vemos en el otro una fuente de peligro, nos sentimos constantemente amenazados y es, entonces, natural que busquemos protegernos de esa amenaza. También evoquemos el planteamiento de Hegel: el hombre siempre desea dominar al otro. Cuando logramos dominar, aminoramos el peligro: nuestro deseo ha vencido al deseo del otro, y nos sentimos más seguros. 

Sin embargo, podemos constatar que esto no siempre es así. Con los nuestros, con los que conforman nuestro círculo social cercano, con quienes nos identificamos, parecemos ser más rousseanos que hobbesianos. Lo común es no sentirnos amenazados por quienes consideramos semejantes a nosotros. Entonces, parece ser que lo «diferente» es lo que determina que actuemos de una u otra manera.

Uno de los ideales de la globalización es el de, justamente, deconstruir las fronteras, universalizar, encontrar lugares comunes en los que podamos convivir. Sin embargo, la idea de que puede haber una universalización ha generado una reacción contraria: el resurgimiento del espíritu nacionalista que nos exhorta a abrazar más fuerte nuestras raíces y construir más cercas alrededor de nuestra frontera (veamos, si no, el caso catalán). Así, el filósofo estadounidense, Michael Walzer, afirma que «las tribus han regresado» («the tribes have returned»). Pero, ¿qué es ese nacionalismo tan fuerte? Benedict Anderson diría que son «comunidades imaginadas». Volveremos a ello hacia el final del texto, cuando reflexionemos sobre los conceptos de fronteras y de patria.

Y, volviendo al tema de lo diferente, o al miedo hacia lo diferente, el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman, en su libro Strangers at our door, uno de los últimos que llegó a publicar, propuso un análisis interesantísimo.

Bauman, en el contexto del fenómeno migratorio que atraviesa Europa, reparó en el rotundo éxito que ha tenido el discurso populista ―por lo general, de grupos de la extrema derecha― de la seguridad nacional. Él creía que los políticos que ofrecen este tipo de discursos son realmente astutos: han logrado identificar un profundo miedo social hacia lo extraño. Y, ¿qué mejor que el miedo, quizá una de las emociones más intensas de la experiencia humana, para movilizar a una gran masa de ciudadanos? Así, empiezan a jugar con el miedo de que los inmigrantes vienen a quitar a los nacionales el escaso empleo, de que se infiltrarán terroristas y ladrones, de que traerán consigo costumbres extrañas que desestabilizarán el orden social, etcétera. Sentirnos seguros es algo que todos queremos y de ahí que este discurso haya encontrado tan buena acogida. Además, es un discurso que parece no tener que enfrentarse ni a la más sucinta reflexión ni a una mínima constatación empírica de sus bases fundamentales. Ahora, parafraseemos a Hobbes: el hombre extraño es un lobo para el hombre. Así las cosas, ser el abanderado de la seguridad parece ser, pues, un negocio rotundo.

Por otro lado, desde el punto de vista de la dominación social, en un contexto donde hay grupos de poder ― y un esquema de poderes― el grupo que posee el poder va a hacer todo lo posible por mantener esa dominación y, para ello, necesita que exista siempre una desigualdad. Cualquier intento de igualdad por parte del dominado va a significar una amenaza para el dominante y va a ser obstaculizado. De aquí se desprenden dos conceptos muy útiles: la privación absoluta y la privación relativa. El primer concepto hace referencia a la percepción de que el migrante es una persona que puede obstaculizar nuestro acceso a algunos servicios: los venezolanos, se dice, van a quitarnos oportunidades laborales. El segundo concepto hace referencia a una percepción de continua comparación entre grupos: los venezolanos van a tener acceso a servicios de salud, cuando hay miles de peruanos que no lo tienen. Son percepciones que, desde luego, se fundan más en el instinto que en la razón. Y esto se ve alimentado, como decíamos al comienzo, por los fake news. Corresponde, pues, a los medios de comunicación, tratar de desterrar estos miedos insensatos.

Otra reacción que podemos observar, íntimamente relacionada con el miedo, es la siguiente. Cuando uno siente terror, busca identificar y depositar ese terror en un receptor e, inmediatamente, busca eliminarlo. Pero, para poder eliminarlo, lo primero que hace es denigrarlo. Y es que, claro, uno siente culpa cuando aplasta a un semejante, pero no cuando aplasta a alguien o algo «inferior».

Mencionábamos, también, la necesidad de que existan desigualdades. La humanidad siempre ha buscado encontrar desigualdades o diferencias y las ha usado como excusa para odiar. Un ejemplo bastante claro es el del conflicto entre Irlanda del Norte e Irlanda del Sur. Las crispaciones entre estos dos grupos preceden a la cuestión religiosa, no obstante, llegada la religión, encontraron en ella una justificación perfecta para su odio. Otro ejemplo didáctico es el de las barras bravas de los equipos de fútbol, las cuales inventan una diferencia para odiarse. Paradójicamente, también se da casos de enfrentamiento constante entre barras de un mismo equipo.

Por último, es preciso reflexionar sobre la «geografía humana». Este proceso social y cultural está conformado por, al menos, tres subprocesos: la creación de fronteras, la ordenación de la sociedad en una constitución de Estados nacionales ―subproceso que continúa permanentemente― y el subproceso de construir espacios comunes, «lo nuestro».

Así, tenemos que las fronteras son, fundamentalmente, construcciones sociales. También lo es el concepto de patria. Ya lo decía el recordado Samuel Johnson: «la patria es el último refugio del canalla». Ésta ha sido, muchas veces, una palabra usada para justificar atrocidades. ¡Cuánta sangre se ha derramado por esa palabra!

Finalmente, espero poder contribuir, con este recuento desordenado de ideas, a una profunda reflexión en torno al fenómeno migratorio. Es, pues, preciso desterrar temores infundados, hacernos preguntas y tratar de cumplir con esa tarea tan difícil pero tan necesaria de ser un poco más tolerantes.